En una era de hiperconexión constante, hemos confundido libertad digital con abandono. Pero el avance de legislaciones como la australiana nos obliga a enfrentar una pregunta urgente y profunda: ¿hasta qué punto vamos a seguir permitiendo que plataformas diseñadas para captar atención gobiernen silenciosamente el desarrollo emocional, mental y social de toda una generación?